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A pesar de ser un tema del cual se ha escrito tanto, el término carácter no tiene una definición simple; sus posibles significados y concepciones son innumerables. Tan variadas que cada uno termina teniendo una definición propia o se adhiere a una ya existente que resuena con su visión del mundo.
Estas definiciones tienden a ser de tres tipos: una antropológica, el carácter como la elevación vital de las condiciones y circunstancias a un ideal más alto a través de la virtud; una más popular como la referida a la mecha corta o a la tenacidad de una persona y una tercera, “ecléctica”, que se adapta más a las creencias de la persona. Lo único en lo que coinciden es en reconocer la importancia de este tema y la necesidad de explorarlo.
La psicología antropológica propone que el temperamento es en gran parte biológico y que sobre este se forja el carácter, a través de múltiples procesos de aprendizaje y de sistemas de habituación, con procesos cognitivos, ideológicos y de aprendizaje proposicional. Todo esto para completar una imagen parecida al concepto de identidad/personalidad. Entrelazados pueden articularse procesos psicológicos de la complejidad que uno desee. Aunque estas explicaciones sirven, se quedan muy lejos de las personas que quieren realmente convertirse en la mejor versión de sí mismos.
La concepción popular entiende el carácter como algo más aterrizado, algo palpable en interacciones entre personas en el día a día. Ser una persona de buen carácter significaba antes ser una persona firme en sus decisiones y coherente en su actuar; originalmente el carácter representaba el buen obrar y la educación en los ideales cristianos. La forma de elevar las circunstancias de la vida a ese ideal máximo que es la persona de Cristo era a través de la virtud. En pocas palabras adquirir carácter era buscar la plenitud personal.
Hoy en día con la paulatina desaparición de esta palabra del lenguaje común también desaparecen las personas de buen carácter de la sociedad, siendo particularmente visible en las nuevas generaciones. ¿Cómo no va a ser así si la palabra virtud también ha perdido valor? Lo que en la antigüedad significaba tanto fuerza como éxito ahora es utilizada privada de su significado auténtico.
Las razones de esto pueden rastrearse a diversos eventos históricos, así como a cambios sociales e ideológicos desde la Ilustración hasta la actualidad. Una de las razones ha sido el deslinde paulatino de la psicología y del carácter, quedando sólo como algo propio de la filosofía. Otra de las razones es la transición en la visión de la educación, pasando la autonomía del individuo a ser el valor máximo. Esto provocó que las nociones de carácter y de virtud pasaran a ser algo del pasado y ligadas únicamente a la religión. No es sorpresa alguna que lo importante en la sociedad de hoy sea tener competencias específicas para necesidades demandadas por el mercado.
Lo que es crucial ahora es destacar que hay algo que se está despreciando, perdiendo, y por lo que debería lucharse: el esfuerzo por ser mejor cada día, cuando se realiza en servicio de un ideal altísimo, produce cambios en la persona que afectan positivamente su vida interna y también a su entorno.
¿Cuál es la forma de recuperar esto en un clima social en el cual lo fácil y lo rápido son los principales criterios de decisión? Tenemos frente a nosotros la solución, pero no somos capaces de verla (o no queremos); hemos despreciado aquellas lecciones de la historia por querer ser nosotros quienes las descubramos, sin que nadie esté calificado para acercarnos a ellas.
Queremos alimentarnos de lecciones modernas, pero terminamos consumiendo sabiduría hueca y barata, disfrazada de libro con un título atractivo en las repisas de la sección de autoayuda, o de un canal con muchos suscriptores en YouTube. Todas suelen decir lo mismo. “Sigue estos pasos para alcanzar tu zen”, “descubre cuál es el secreto de la felicidad en 200 páginas”. El filtro de la experiencia y tradición desapareció y fue suplido por aquel de la sencillez y del mayor número de likes. No sólo hemos trasladado nuestra confianza a influencers “gurús”, sino que hemos desviado nuestra mirada de aquellos temas que realmente importan. Como diría Thomas Sowell, hemos reemplazado lo que funciona con lo que suena bien. Si realmente queremos volver a ser personas de carácter, debemos plantearnos cómo funcionamos en este mundo de distracciones y falsos ídolos.
Sin insinuar que estas lecciones antiguas para la felicidad son fáciles de seguir, muchas veces se consideran innovadoras las nuevas obras por reformular aquello que los filósofos de la antigüedad ya nos habían legado, así como las moralejas de las historias que nos contamos día tras día. Es innegable es que seguimos teniendo hoy en día las mismas preocupaciones y necesidades que aquellos sabios.
En la actualidad es difícil que la gente se dirija a esa fuente primaria, pues pueden resultar muy distantes, arcaicas y difíciles de leer. También es difícil concebir que todos leerán esos textos, incluso si son reformulados para ajustarse a la época actual. Lo que sí resulta importante es luchar contra el desprecio de estos textos y sabiduría por el hecho de no ser modernos.
La reformulación es necesaria, pero no su fondo. La narrativa es un aspecto fundamental para la captación de las nuevas audiencias, que son bombardeadas constantemente con información y estímulos digitales que les llevan nuevamente a lo fácil y lo rápido. La narrativa debe invitar a la profundidad, partiendo de la identificación de las personas con la experiencia humana; aludiendo a esos valores e ideales tan necesarios.
Tener un plan concreto para volver a aquellos valores es complicado, pues los choques con la modernidad abren muchos frentes, incluso con la narrativa adecuada. El esquema es complejo, pero uno de los pilares indudables es el autoconocimiento. Debemos crear un ambiente donde realmente se busque un conocimiento personal profundo, de introspección. Este tema muchas veces ha quedado lejos de la persona promedio, o es muy superficial para crear realmente un cambio.
Este conocimiento no puede limitarse a la psicología. El autoconocimiento para todos debe incluir cuestiones quizá más profundas y también otras más concretas. Debemos preocuparnos más por saber cuál es nuestro propósito o sentido en la vida, así como fijarnos en cuáles son nuestras fortalezas y cómo las ponemos al servicio de los ideales que tenemos. A través de un conocimiento más profundo de nosotros mismos podremos darle mayor sentido a la vida y trazar una ruta hacia los objetivos que nos proponemos. Para ello tenemos la historia de la humanidad y aquellos clásicos de la filosofía y literatura que nos presentan las realidades más profundas del hombre. En ellas podemos vernos reflejados y aspirar a la grandeza a la que estamos llamados.
Este conocimiento parece excesivamente teórico, pero es ante todo práctico, pues de él podemos entender nuestras propias decisiones, porqué somos de la forma que somos y porqué luchamos por lo que luchamos. El paso es mayor todavía, pues es actuando cuando podemos realmente comprobar quiénes somos.
Carlos Llano lo explica bien, haciendo énfasis en la direccionalidad y sentido de la personalidad. Las preguntas que se hacen sobre los deseos íntimos de la persona se identifican con las cualidades internas que configuran la personalidad y el carácter. Mientras no se elija en relación con los parámetros del sentido de la existencia, los proyectos que se acometan serán fútiles, o como Carlos diría, “proyectos de estrellitas de kindergarten, mas no de hombres auténticos”.
Es verdad que somos todos distintos, pero seguimos queriendo las mismas cosas: buenas relaciones, un buen trabajo, un sentido a lo que hacemos, lograr lo que nos proponemos, emociones positivas, etc. Cada uno los encuentra en distintos lugares, y lo normal es equivocarse al buscarlos; lo importante es no dejar de luchar por conseguirlo.
Si el carácter es usar las virtudes para buscar la plenitud, habrá que saber cuáles son esas potencias. Desde una perspectiva aristotélica será entonces la forja del carácter el camino a la felicidad. Ser feliz es en parte conocer quién soy, quién puedo ser y luchar por conseguirlo.
De este autoconocimiento debe nacer necesariamente la acción. El buen carácter lo reclama. Una vez sabemos de dónde sacamos fuerza, debemos concentrarla todos los días en todo lo que hagamos. Debemos forjar nuestra vida con las virtudes, los obstáculos, las cosas sencillas y con las cosas difíciles; siempre buscando la excelencia y la grandeza de espíritu. Como dijo Sir Henry Royce “Quidvis recte factum quamvis humile praeclarum”.
El conocimiento de uno mismo es el primer paso, uno más complicado de lo que aparenta, pero es crucial para entender qué es el carácter. Es aquí donde comienza el viaje del desarrollo personal pues presenta el mapa, el destino y los caminos que se pueden seguir para llegar. Es un viaje que bien vale la vida.
Publicado en https://revistaforja.org/que-es-el-caracter/
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