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Alejandro Magno llegó al templo de Apolo en Delfos, después de un largo viaje, buscando la confirmación de sus más grandes esperanzas: que conquistaría el mundo hasta sus extremos conocidos.
Al subir al templo, con cada paso su mente construía ciudades enteras, con claridad en el futuro como sombra en la piedra. Al acercarse al templo helénico sus ojos se detuvieron al ver el frontón; una leyenda tallada en la entrada: “Conócete a ti mismo”. Con esto en mente el rey de Macedonia entró en el templo de Apolo.
Enfurecido por la insolencia del oráculo al no contestar directamente su respuesta la arrastró del cabello hasta la entrada del templo, casi como queriendo que leyese la inscripción en el frontón, hasta que soltó un aullido “¡Eres invencible, hijo mío!” Sólo entonces la soltó Alejandro y dijo “Ahora tengo mi respuesta”.
Este encuentro entre Pitia, la sacerdotisa del oráculo de Delfos, y Alejandro Magno, parece reflejar el significado mismo de la famosa frase del templo. Si bien se entendía que uno debía conocerse para poder interpretar correctamente las profecías del oráculo, nunca se entendió mejor su significado práctico. No refería a una interpretación mística del futuro, sino a ser dueño de éste. Conocerse a si mismo significa entrenarse en la construcción de la propia historia.
De la misma forma que el gran conquistador, nuestra llamada a conocernos acarrea la necesidad de entender cómo construimos nuestra vida; a partir de nuestros temperamentos, personalidades y talentos. Nuestra conquista es nuestra vida. Para esta aventura requerimos estrategias y herramientas adecuadas. En concreto un mapa, una brújula y una ruta.
Cada una de estas herramientas contiene un significado profundo en la manera en que trazamos los planes con los que dirigimos nuestras vidas. Nos ayudan a saber dónde estamos, a dónde vamos y cómo llegamos.
Todo general digno de tal nombre busca conocer el territorio en el que se mueve, su terreno, su clima, sus ríos y valles; necesita conocer la posición de su enemigo y la de su propio ejercito, identificar los campos de batalla óptimos para asegurar la victoria, así como para predecir los movimientos del enemigo. El mapa pues es una representación simplificada de la realidad relevante para la concreción de objetivos prácticos; no se puede ganar una batalla naval con mapas de montañas.
En cuestión de autoconocimiento el mapa es la interpretación simplificada de la realidad que utilizamos para comprendernos y poder actuar correctamente. El mapa me representa a mí y a los demás, me dice dónde estoy y a dónde puedo ir. Muestra las fronteras de nuestra zona de confort y de seguridad. Es la herramienta que usamos para saber dónde están las oportunidades y dónde los riesgos en nuestro caminar. Presentes en el mapa tienen que estar las peculiaridades de nuestra personalidad, pues son claves de mapa que ayudan a dar escala, concreción de rasgos y comportamientos que aparentan ser inamovibles.
Es importante destacar que a pesar de que un mapa es útil, sólo lo es en la medida en que representa la realidad. Aunque nunca lo hará por completo, es labor indispensable el actualizar y perfeccionar el mapa tanto como nos ayude a comprendernos a nosotros mismos y a nuestro entorno. Un mapa solo sirve si las calles no han cambiado y si muestra dónde estamos y a dónde queremos ir.
Esto último es crucial. No hay nadie más perdido que aquél que no sabe a dónde va, pues ya ha llegado a su destino. Entonces, ¿a dónde quiero ir y qué quiero lograr? Estas preguntas se contestan respondiendo a otras preguntas, dirigidas a entender quién soy. Así, preguntase cuáles son las aficiones, los sueños, los valores y las ilusiones puede dar luces para identificar la brújula interna y hacia dónde apunta.
La brújula muestra nuestros criterios y nuestros valores; muestra la razón para luchar. Es con esta brújula que podemos saber dónde está el norte. Sabiendo esto es posible ahora interpretar el mapa que tenemos, pues podemos dirigir nuestras acciones según nos acercan a nuestro objetivo. La brújula nos apunta, el mapa nos muestra dónde estamos y qué hay entre nosotros y nuestro destino. Juntos dan las herramientas para ponernos en marcha. Sé lo que quiero y sé dónde estoy. Sin ellos trazar una ruta es imposible.
La ruta es la decisión de cómo llegar al destino. Es la decisión del general sobre el camino de sus tropas, su estrategia, su formación; es la puesta en escena de nuestros ideales y la consecución de los objetivos. Ayuda a enfocarse en un objetivo y a no desviarse de los ideales. Es sin duda la construcción de la propia historia. Es comprender que cambiar la narrativa de nuestra historia puede cambiar nuestra vida. Por eso Alejandro Magno desafió al oráculo; al exigir la respuesta que quería tomó las riendas y se hizo, como reza el poema, “maestro de su destino, capitán de su alma”.
La experiencia humana muestra que es inevitable equivocarse, pero eso no debe desalentarnos en la lucha por conocernos mejor, sino todo lo contrario. La brújula es más importante que el reloj. Es mejor llegar en un momento distinto al esperado que llegar a un lugar al que no se quiere. No debemos juzgarnos por quien es hoy más que nosotros, sino por quienes éramos nosotros ayer. Si nos equivocamos, podremos recalcular la ruta como haría un GPS, para eso es tenemos que entrenar: convertirnos en GPS de nuestro propio corazón, que no siga las emociones, sino las guíe por el camino que lleva a la excelencia. De los errores debe aprenderse, pero no aferrarse, pues haciéndolo no se llega al destino.
Estas herramientas que van surgiendo al conocerse a uno mismo son vitales para forjar el carácter, pues a través de las virtudes se toma la propia historia y se alinea con los más altos ideales. Con la virtud se recalibra nuestra brújula y se precisa nuestro mapa, reafirmando los valores que nos hacen felices y plenos. A lo largo de la vida debemos recalibrar y afinar nuestro conocimiento de nosotros mismos, recalculando nuestra ruta y expandiendo nuestro imperio sobre nosotros mismos, no como fin, sino como medio para el servicio a los demás y la vida plena.
Con un mapa, una brújula y una ruta podemos llegar a donde sea. Tracemos, pues, esa ruta y usemos nuestros talentos para demostrar que nuestro destino no lo define un oráculo, sino nosotros mismos dirigidos a la vida más plena posible. Es una aventura que bien vale toda una vida.
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